... no hay que olvidarse de la tierra. De la tierra negra, digo. No estamos parados sobre ella; nos acuna. Y el que olvida su origen, o el que lo recuerda sin devoción, el que lo interpreta, pero no lo bendice, el que ve recursos donde hay cariños, el que se ve en plan de construir, cuando el construido es uno...
Nosotros, los argentinos, habitamos una tierra tan indómita, tan recién descubierta (hablo de las migraciones del Bering y del Pacifico) que nos reclama violentamente. Y no hay manera de no sentirse sacudidos por el grito natural, salvaje, que notablemente nos hace muchas veces más humanos que ninguno. Porque somos ciudad y somos campo. Somos internet y somos gambeta (que antes es de los ñandúes que nuestra). Somos la Francia ilustrada y las tolderías del sur. Y la cordillera imponente. Y el río que es un mar.
A nosotros nadie nos regaló nada. Nos lo cobraron todo y así aprendimos y entonces ahora nos cobramos cualquier cosa.
Pero abajo, sobre nuestro pies, late un terruño que está vivo y que no nos va a dejar olvidarlo. Y nosotros, como buenos hijos que somos, como herederos de la Libertad, vamos a construir una Patria gigantesca, Unida, a la nuestra, con nuestros aciertos y nuestros errores, con nuestra renovada capacidad de trabajo y nuestro talento natural, con nuestras derrotas y con nuestro sueños, y sobre la tierra, haciendo de nuestro espacio un lugar sagrado.
Ya lo hacemos sin darnos cuenta. Cuando lo veamos claro, cuando lo hagamos palabra, cuando lo practiquemos, cuando andemos con honor sobre la naturaleza femenina de nuestra tierra, entonces, allí, sólo en ese momento, vamos a abrir las puertas y a mostrar de qué la va una Nación Humana.